La «Armada Invencible»

ANTONIO LUIS GÓMEZ BELTRÁN  ||  Benalmádena   |  EL HACHO 39

Y el Mito Inglés

Puede que, para la mayoría de los lectores, la «Armada Invencible» sea un suceso inscrito en un contexto de batalla naval, y que sólo trascienda un resultado: una derrota humillante con consecuencias adversas para el futuro de la corona hispana de Felipe II.

Este estado de opinión fue germinado nada más terminar la campaña de la que tratamos, y fueron los enemigos de España los que comenzaron su acrisolamiento, fundado en el odio y temor que tenían en aquel momento al mayor poder terrenal. Jamás en la España del XVI tuvo la denominación de «Armada Invencible» (probablemente fue un invento de William Cecil -lord Burghley- que haciéndese pasar por jesuita inglés, público un folleto con una carta al embajador español en París –Bernardino de Mendoza–, donde decía: “Así termina esta narración de las desgracias de la Armada española que ellos dieron en llamar INVENCIBLE”), pues aquí era denominada como felicísima Armada, algo no singular, ya que a todas las armadas que se organizaban durante el reinado de Felipe II se le atribuían el don de la felicidad, queriendo simbolizar el estado de satisfacción física y emocional en su concepción. Lo de Gran Armada es un término acuñado, como nombre propio, por la historiografía inglesa del siglo pasado.

Este pensamiento tuvo su apogeo cuando se dio a celebrar su trescientos aniversario, allá por el siglo XIX, coincidiendo con el máximo esplendor del imperio inglés, que buscando sus orígenes (los historiadores victorianos) pusieron la vista en aquel aciago verano hispano, y decidieron de “motu proprio” fijarlo como punto de partida del desarrollo de su nación y encumbrar a un hombre: el almirante Drake; al fin y al cabo, como ha demostrado uno de sus biógrafos, Harry Kelsey, este personaje sólo era: un bribón, un hábil marino y un pirata. En resumidas cuentas: un ladrón de mar. Desgraciadamente la historiografía hispana de esa época no estuvo a la altura, y en vez de dedicarse a buscar, indagar, ordenar, analizar y crear su propio estado de opinión, le fue más cómodo sumarse al carro, contribuyendo a sustentar e inflar uno de los principales mitos de la Leyenda Negra. Esta situación tuvo una tendencia al cambio en el siglo posterior, cuando algunos historiadores hispanos comenzaron a cuestionar las tesis impuestas por Corbett –historiador inglés del XIX–, a ello ayudó cierto giro de opinión de algunos ingleses “hispanistas” (Colin Martin y Geoffrey Parker), si bien para mí, “giro” no tan claro.

Lo de la Armada de 1588 no fue un evento individual, todo lo contrario, sólo una parte de una operación geoestratégica que obedecía a un fin político de estado: la Empresa de Inglaterra. Planeamiento hábilmente orquestado, pese a quien le pese, pues el mismo conjuntó y ordenó unas series de acciones con varios objetivos a cumplir:

  • Acabar con la injerencia y ayuda de Isabel I de Inglaterra a la rebelión de los Países Bajos.
  • Finalizar con el apoyo directo e indirecto de Isabel I a la piratería en aguas del Canal y del Caribe.
  • Restablecer el comercio y las vías de comunicaciones a través de Canal.
  • Salvaguardar los intereses hispanos en América y sus vías de comunicaciones.

Una de las principales tergiversaciones historiográficas inglesas se sustenta en la habilidad de sus historiadores en pasar a segundo plano los verdaderos objetivos de la Empresa de Inglaterra, pues, no era el mesianismo católico de Felipe II por restaurar el catolicismo en Inglaterra.

Lo cierto es que la realidad es cruda. La Empresa de Inglaterra fracasó. Y su causa no fue la “derrota” de la Armada española a mano de la marina isabelina, pues esta no tuvo capacidad para lograrlo. Sus motivos fueron otros, que no son objetos de este artículo por cuestión de espacio.

Desde el punto “sensu stricto” militar la actuación de la Armada obedecía a un plan orquestado que cumplió su primer objetivo: llevar una flota de naves mercantes con un ejército de invasión al Paso de Calais. La segunda parte no se pudo llevar a cabo, es decir, invadir Inglaterra. Todo ello a causa de la batalla celebrada en aguas del Paso de Calais, hoy conocida como de Gravelinas, y que tuvo como consecuencia el desplazamiento de la formación de la Armada a aguas del norte, con muy escasa posibilidad de retorno por encontrar vientos contrarios y marea adversa.

En la batalla de Gravelinas, ocurrida el lunes 8 de agosto de 1588, no menos de 150 barcos ingleses se enfrentaron a no más de 50 naves hispanas, en una proporción inicial de 10 a 1 que se reduciría a comienzo de la tarde a una mínima de 3 a 1; al final de la batalla 3 navíos españoles se perdieron. Habría que preguntarse ¿cómo se puede considerar una victoria militar la pérdida de tres unidades cuando la supremacía en número hacía prever un desastre total hispano? ¿Cómo se puede considerar esto una victoria, cuando seis años antes, en 1582, una armada hispana con 25 naves de guerra se enfrentó a otra francesa (donde formaban navíos ingleses) con 60 unidades y le destruyó y apresó 11 barcos por ninguna pérdida española? Algo no cuadra en la lógica militar.

La Armada parte de La Coruña el día 22 de julio con tiempo favorable y 7 jornadas después se situaba cerca de cabo Lizard, en la costa oeste de Gran Bretaña preparada para embocar el Canal de la Mancha. A su partida constaba de 127 embarcaciones encuadradas en 10 escuadras listas para el combate, más 10 carabelas de apoyo y abastecimiento; en apariencia una potentísima formación, pero en realidad, sólo 49 naves podían ser consideradas de guerra, siendo el resto destinadas al trasporte y servicios auxiliares. Durante el tránsito por el Canal se producirían grandes y pequeñas escaramuzas los días 31 de julio, 2, 3 y 4 de agostos sin que la marina inglesa fuese capaz de inflingir un mínimo de daño ni romper la formación española (se perderían dos naves hispanas por accidentes). En el gran combate del 8 de agosto rota la formación española se producirían muchos encuentros fraccionados, donde los galeones hispanos combatieron aislados y abrumados por una gran cantidad de barcos ingleses. Por ejemplo, el galeón “San Martín” combatió con 24, el “San Felipe” con 16 por estribor y babor al igual que el “San Mato” con 10, etc., etc….

Por la tarde una vez finalizado el encuentro tres naves hispanas presentaban grandes destrozos, los maestros de atarazanas embarcados no pudieron repararlas debido a los daños sufridos. Sólo una de ellas, la nao “María Juan”, se hundió; las otras dos se dirigieron a los puertos flamencos españoles para aderezar. El “San Felipe” encalló en unos bajos de arenas en la costa, donde fue abandonado por su tripulación y el “San Mateo” tuvo la mala suerte de cruzarse con una flotilla angloholandesa, y tras combatir durante dos horas y agotadas sus municiones tuvo que rendirse.

La marina inglesa no tuvo capacidad para destruir a los galeones hispanos, no pudo derrotar a la Armada, pero el viento y las mareas se aliaron con ellos para hacer fracasar el cruce de la fuerza de invasión.

Sin embargo ciertos historiadores siguen siendo obstinados, y los resultados de esta batalla, sumados a los terribles temporales que durante el mes de septiembre azotaron a la Armada en su regreso, y que propiciaron el naufragio y pérdida de 28 unidades, les afianzan en afirmar que hubo una derrota militar y superioridad inglesa en los encuentros del Canal. Y esta superioridad se basa en: excelentes barcos, eficacísima artillería, revolucionarias tácticas y personal muy cualificado. Sin embargo, ni los barcos eran sobresalientes, ni la artillería eficaz, ni tenían tácticas de combate, ni su personal estaba tan cualificado, lo que les condujo al pobre resultado táctico de la batalla.

En este breve artículo no podemos decir mucho más, para quién pueda estar interesado en profundizar le dirijo a la obra “La Invencible y su leyenda negra. Del fracaso inglés en la derrota de la Armada española”.

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