Sonrisa Desdibujada

ZUNIFREDO GARCÍA VÁZQUEZ  ||  Montejaque  |   EL HACHO 42


scj.es

Revista de la Familia Dehoniana

Como colaborador local de la revista local “El Hacho”, hoy no he querido escribir ningún trabajo literario para dicha revista, pero sí he traído para que el Director tenga a bien publicar un trabajo editorial de una revista dehoniana, en la que yo colaboro desde hace años, y que al leerla me ha parecido que, por su mensaje, tan oportuno en este tiempo de pandemia, por su oportuna verdad y clarividencia expresiva, por el alegato que hace de la sonrisa, de sentirse feliz y hacer feliz a los demás y sobre todo por el mensaje de paz y esperanza que necesitamos en estos momentos tan tristes y convulsos que vivimos, es muy oportuna su publicación y ruego a los lectores de la revista “El Hacho” lean esta publicación y tengo la seguridad que cuando esto ocurra os encontraréis mucho más felices y veréis la vida de otra forma más humana y más llena de vida.

Hay días grises -los menos- y muchos otros soleados y radiantes. Hay días en los que me comería el mundo y otros en los que saldría corriendo. ya sé que hay días y tiempo para todo (por cierto, merece la pena pasar un día leyendo el libro de Eclesiastés 3, 1ss.), pero lo que me ha sorprendido es tropezar con infinidad de calendarios con días conmemorativos para todos los gustos: día del sello postal, día de la croqueta, de la concienciación por los pingüinos y otro día es para el galgo, también hay un día para la solidaridad y otro del amor fraterno. El día mundial de la sonrisa, por ejemplo, se celebra el primer Viernes de octubre.

He de confesar que estos últimos meses me resulta inquietante mirar a la cara, me falta algo. Entiendo y acepto que no queda otra, que hay que cuidar y cuidarse, pero me quejo porque la lista de todo lo que estamos perdiendo en esta pandemia es interminable.
La sonrisa, que la mascarilla ha desdibujado de nuestras caras y que nos iguala a todos en la más fría inexpresividad, es vital. Sea enseñando los dientes, o arrugando la comisura de los labios o rasgando los ojos o marcando hoyuelos. La sonrisa es como una declaración de buenas intenciones, es la llave que abre cualquier puerta. Y vale cualquier excusa para dejar que se escape tu sonrisa.
Uno de los recursos más valiosos en la publicidad es la sonrisa. Las marcas lo saben y por eso triunfan los anuncios que reparten sonrisas a cholón. Por si no lo sabes, el poder de una sonrisa es tan arrebatador que puede resistir incluso las crisis más peliagudas. Esto es lo que dice la J.A.R., Revista de investigación publicitaria (en inglés suena mucho más prestigioso). ¡Esto se estudia! Y aparece el neuromarketing y las métricas psicofisiológicas y el poder de la ciencia…
Hasta que nuestra tonadillera más famosa pronunciara aquello del «dientes. dientes, eso es lo que les…”, el monopolio de las sonrisas más públicas era Profident y sus, garantizadas, sonrisas perfectas. Todo esto hasta que otro estudio científico (seguramente prestigiosísimo) acabó con el mito: «Sonreír te hace más viejo”. Y es que ahora resulta que este gesto facial hace que parezcamos más mayores que aquellos que tienen un gesto neutral.
Menos mal que, en su última campaña publicitaria, Colgate nos de vuelve… la sonrisa: Yo sonrío, la sonrisa nos hace más fuertes’, dice su eslogan. Promueve las sonrisas valientes, contando las historias de personas comunes que son capaces de encontrar el optimismo para salir adelante cuando el mundo es cruel o injusto (una boxeadora en un deporte … ¿para hombres?; un economista que deja la ciudad para ser agricultor; un amo de casa a tiempo completo que se hace cargo de las tareas domésticas, y resulta… ¿antinatural o sospechoso?)
La sonrisa es expresión de vida, de emociones y de alegría. Los jóvenes, la mayoría, lo tienen como un rasgo que los define y como un encargo especial del Papa Francisco.

Un joven que no sonríe no es verdaderamente un joven. También es una señal de identidad, y también es una misión y un compromiso. Ese es el encargo: una sonrisa que exprese la alegría.

Dice el Papa: ante las dificultades y las sombras, no dejes que anide en tu corazón la tristeza. La tristeza es el ambiente del diablo, lo que ne­cesita el demonio para corromper, para matar En cambio, la alegría es de Jesús, cuando Cristo te libera te inunda esa profunda alegría que el mundo necesita; que no es solo hacer ruido, no, la alegría es otra cosa.

No hay que hacer una investigación sesuda para distinguir entre alegría y subidones. Y el puntillo no es alegría; y el desahogo de un apretón, tampoco; ni el conseguir algo muy deseado; ni nada que tenga que ver con el acierto de un cupón.

La alegría de la que hablo está en la línea de lo puro, de lo estable, de lo noble, de lo auténtico. La alegría de la que hablamos anida dentro, dentro de ti, y no depende de nada que sea pasajero. Y nace cuando respondo al ineludible ¿quién soy?, cuando vivo agradecido por todo lo que he recibido: por el regalazo de la vida. un don por el que no he tenido que hacer nada para recibirlo; por mi familia que -por encima de la biología- se desvive por mí. Y, sí, claro que discuto con ellos, y a veces no los aguanto, y sé que no los cuido lo suficiente ni respondo como merecen, pero los quiero como a ese puerto seguro al que amarrarme. Una alegría agradecida por la suerte de estudiar y comprender, aunque por momentos sea un peñazo; por la amistad, con sus mil y una contradicciones, pero que ensancha el alma y el horizonte, y aliña la vida diaria y tantas etapas de mi vida con el sabor del apoyo incondicional y de la complicidad; por la fe, las creencias y todas las certezas y sus dudas, que me ayudan a buscar, a no conformarme y a ponerme de rodillas ante lo que descubro como seguro, estable, curante (que cura) y eterno.

Así brota la alegría. Déjate invadir por esa alegría y contágiala, -dice el Papa Francisco- la vida se trans­mite con una vida alegre, no con teoremas ni matemáticas. No estés triste, da testimonio de lo que eres, así vas a transmitir vida.

A veces hemos creído que la misión de los cristianos es que otros se “hagan” cristianos y, así, convencer a mis amigos para que vayan a misa (si se dicen ateos tiene más mérito) y esa misión se convierte en una especie de proselitista obsesión.

Se trata de transmitir la vida que llevas dentro. Dice el Papa Francisco: No es necesario convencer a nadie para que crea. Lo último que tienes que hacer es decir algo o explicar algo. Vive tu cristianismo, vive tu alegría, da testimonio de lo que lle­vas dentro y -quizá- se pregunten ¿qué te pasa? o ¿por qué vives así?

Buscando pistas me he re-tropezado con un libro “imprescindible”, de José Luis Martín Descalzo (sacerdote, periodista y escritor), titulado Razones para la alegría. Pregunta directamente: cristianos, ¿qué habéis hecho con el gozo que os dieron hace dos mil años? Y lo que pretende es pregonar el gozo, no el que se experimenta porque las co­sas vayan bien, sino el que no cesa de brotar a pesar de que las cosas vayan cuesta arriba…

Y me parece clarividente: la alegría del cristiano tiene poco que ver el triunfo o el fracaso, o con un éxito aparente, sino con fa experiencia de saberse salvado y curado, siempre querido y justificado por el Amor de un Dios que se ha vaciado por mí .

Este es el sentido de la bienaventuranza cristiana: no se promete la felicidad a los pobres porque vayan a dejar de serlo, ni a los que tienen hambre porque ya está llegando alguien con un bocadillo. El gozo que allí se promete es aquel en el que las razones para la alegría son más fuertes que las razones para la tristeza, no el gozo que propor­cionan la morfina o la siesta.

Este libro, que si pudiera os regalaría, tiene 71 capítulos (…cortitos) tan sugerentes como: El gozo de ser hombre, Aprender a ser felices, Las riquezas baratas, La impotencia del amor, Los ojos abiertos y limpios, Del pasotismo como una forma de suicidio, etc.

El primer capítulo habla del sacramento de la sonrisa. Dice de él mismo el autor: Si yo tuviera que pe­dirle a Dios un don, un solo don, un regalo celeste, le pediría, creo que sin dudarlo, que me concediera el supremo arte de la sonrisa. Es lo que más envidio en algunas perso­nas. Es, me parece, la cima de las expresiones humanas.

Hay sonrisas mentirosas, irónicas, despectivas (…), pero hay sonrisas que surgen de un alma iluminada, ésas que son como la crestería de un relámpago en la noche, como lo que sentimos al ver correr a un corzo, como lo que produce en los oí­ dos el correr del agua de una fuente en un bosque solitario, ésas que milagrosamente vemos surgir en el rostro de un niño de ocho meses y que algunos humanos -­¡poquísi­mos!­- consiguen conservar a lo largo de toda su vida.

Pero la gran pregunta es, me parece, cómo se consigue una sonrisa. ¿la traemos de serie? ¿se entrena o se finge? Dice Martín Descalzo: Con equilibrio interior, con paz en el alma, con un amor sin fronteras. La gente que ama mucho sonríe fácilmente. Porque la sonrisa es, ante todo, una gran fidelidad interior a sí mismos. Un amargado jamás sabrá sonreír. Menos un orgulloso.
Se aprende en la vida, dejando que la alegría interior vaya iluminando todo lo que nos ocurre a diario e imponiendo a cada una de nuestras palabras la obligación de no llegar a la boca sin haberse chapuzado antes en la sonrisa.

Hoy, aunque no toque y aunque no se vea por la dichosa mascarilla, es un buen día para pensar y rezar sobre la sonrisa y la alegría. Una oración serena es como la batería para toda esa energía que vamos a necesitar en lo que nos tropezamos fuera (en el piso, en clase, en casa, de fiesta . ..) y que tanto nos atasca y, también, nos emociona.

Es verdad que “hasta lo más amargo, con una sonrisa es menos doloroso” y, aunque duela, por lo menos es más llevadero. Porque en toda sonrisa hay algo de transparencia de Dios, de una paz enorme que sólo Él sabe darnos. La sonrisa es como un sacramento, porque es el signo visible de que nuestra alma está abierta de par en par.

¿Por qué no proponernos como tarea sonreír cada día a todas las personas con las que me cruce y mirar a los ojos a todos los que trate?

¡Que la mascarilla no desdibuje tu sonrisa!

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