Epidemia

JOSÉ CARLOS BALLESTER ORTEGA   ||   Sevilla   |   EL HACHO 41

BREVE CRÓNICA DE DOS EPIDEMIAS SUFRIDAS EN MONTEJAQUE
A FINALES DEL AÑO 1887

Apocalíptico, sombrío el cuadro que pinta Francisco J Sánchez Orellana[1] en la misiva que remite a La Unión Mercantil[2] para informar y alertar sobre la dramática situación que padecía el pueblo: parece que camina a su desaparición completa; y desaparecerá como el gobierno no adopte con urgencia medidas para paliar el deplorable estado en que se encuentran sus habitantes.

Corría el mes de noviembre de 1887 y dos epidemias haciendo estragos al mismo tiempo en la población montejaqueña, cebándose con ella, diezmándola, motivaban su voz de alarma y fatalismo: la difteria y la viruela, que han plantado sus reales entre nosotros, revistiendo desde un principio su carácter más pernicioso y terrible. Raras son las familias que no cuentan dos o tres enfermos de una u otra enfermedad, siendo las pertenecientes a la clase trabajadora las más perjudicadas a que incluso para procurarse aquellos medicamentos más económicos que pudieran aliviar sus  dolencias carecen de dinero.

¡Cuántas personas pidiendo socorro, y cuántas muriendo después de horrible agonía, sin saber si la muerte la procuró la extenuación por hambre o la enfermedad maldita!, exclama a renglón seguido compadeciendo la desventurada suerte vivía buena parte de sus paisanos.

El socorro a los más desfavorecidos del Ayuntamiento, siempre celoso por el bienestar de la villa, o su ingente labor llevando a cabo desinfecciones y aislando […] a las personas atacadas, no son bastantes por los escasos recursos que dispone. Y es que para mal tan grande su esfuerzo es insuficientísimo, se lamenta.

Tras solicitar al gobernador que reclamase a Madrid ayuda económica del fondo de calamidades con urgencia y rogando al director del periódico la publicación de su carta, las líneas de su último párrafo las emplea Francisco J Sánchez Orellana en hacer un reconocimiento al médico titular de Montejaque por el abnegado empeño con que se empleaba en la atención a su doliente y asolado vecindario, Manuel Ortega Sánchez, quien sin duda había de estar viviendo los momentos más complicados de su carrera.

No quiero concluir esta carta sin referirme al digno e inteligente médico don Manuel Ortega, si bien con ello pueda herir la susceptibilidad de este señor. Con su comportamiento heroico y con su actividad poco común se está haciendo acreedor a la admiración y estima del vecindario. Sus sabias prescripciones, si ayudadas estuvieran por los tan necesarios recursos en las familias, mitigarían sin duda las terribles consecuencias de las epidemias que nos entristecen.

Al mismo tiempo que llegaba a la redacción del periódico la información de Sánchez Orellana que se ha relatado, en el gobierno civil se recibe de Montejaque el informe médico oficial acerca de la gravedad de la situación sanitaria que atravesaba la población. Así lo hace saber La Unión Mercantil a sus lectores al día siguiente.

Datos oficiales, recibidos, en el gobierno civil de Málaga, confirman lo que hemos dicho.

En Montejaque, pueblo de esta provincia, se han presentado las epidemias variolosa y diftérica en proporción que reviste carácter grave, según dictamen facultativo.

Se ha puesto en conocimiento de la superioridad, y por este gobierno de provincia se han dado las instrucciones convenientes a la Junta local de Sanidad de dicho pueblo, para que arbitre cuantos medios sean convenientes a extirpar la propagación de tan terribles enfermedades.

[1] En el ANUARIO DEL COMERCIO, DE LA INDUSTRIA, DE LA MAGISTRATURA Y DE LA ADMINISTRACIÓN de 1888 Francisco J Sánchez figura como comisionista, fabricante de curtidos y jabones y titular de negocios ferreteros y drogueros.
[2]Los dos periódicos de LA UNIÓN MERCANTIL a que se hace referencia en estas líneas son de fecha de 16 y 17 de noviembre de 1887.

Manuel Ortega Sánchez era hijo de Joaquín Ortega Romero, médico que fue de Benaoján, donde recaló a mediados del siglo XIX, y Manuela Sánchez del Valle, benaojana.  Hacia el año 1850 nace en la calle Cantillo, donde vivía la familia. En el curso 1864-65 comienza sus estudios de secundaria, como alumno oficial en el instituto de Málaga los dos primeros cursos y en el colegio San Cayetano de Ronda los dos restantes. Toda vez que obtiene el título de licenciado en Medicina y Cirugía en 1875 con calificación de sobresaliente en los tres ejercicios en que es examinado, la epidemia le coge baqueteado, ya con más de una década de experiencia en la profesión, años que estuvieron repartidos entre Benaoján y Montejaque, donde en el transcurso de 1884 se establecería de modo definitivo. Casado con la montejaqueña María Isabel Durán Harillo, hija de Antonio Durán Tornay y Antonia Harillo del Real, era padre de tres hijos varones en aquel 1887 que tan aciagamente ponía fin. Manuel, Joaquín y Antonio eran sus nombres[3].

El tercero de los hijos citados, Antonio, había nacido solo unos meses antes de propagarse virulentamente la doble epidemia: el 9 de agosto y en la calle Triana, donde la familia tenía su domicilio. Aparte de por esta coincidencia temporal, a colación viene contar de él también que estudió Medicina (en Arriate ejerció desde 1914 hasta su muerte en 1937, tras haberlo hecho primero en Benaoján, Jimena de Líbar y Almargen) y que precisamente durante la devastadora epidemia de la gripe de 1918, a causa de ella, murió su único hijo varón.

Manuel Ortega Sánchez se mantuvo como médico titular de Montejaque hasta su muerte ocurrida hacia 1903, sucediéndole en la plaza su hijo Joaquín Ortega Durán (Montejaque, 1880-La Línea de la Concepción, 1922). Todavía en una nota necrológica publicada en el periódico rondeño La Democracia[4] a propósito del óbito de su viuda en 1909  se le recordaba con palabras  laudatorias. Decía así su redacción:

FALLECIMIENTO

El 27 de los corrientes dejó de existir en el vecino pueblo de Montejaque, víctima de cruel dolencia, la virtuosa y respetable señora doña María Isabel Durán Harillo, viuda de Ortega.

La finada era modelo de madres y su carácter afable y cariñoso y su natural extremadamente simpático, la conquistaron en vida numerosos afectos y amistades. Su esposo, don Manuel Ortega Sánchez (q.e.p.d.), supo ganar con talento y constancia, durante su vida entregada de lleno a la ciencia médica, justa notoriedad y fama en toda la Serranía.

A su entierro asistió el pueblo de Montejaque entero, inequívoca demostración de lo mucho que se apreciaba en aquel punto a la finada.

A la larga familia de la difunta y muy especialmente a sus apreciados hermanos e hijos y su sobrino nuestro querido compañero señor Ortega Durán, enviamos desde estas columnas la sincera expresión de nuestro pesar por tan irreparable desgracia, deseándoles resignación único lenitivo para estos profundos dolores que hieren el alma.

[3] Nacieron con posterioridad Guillermo, María, Mercedes, Ángeles y Alfredo. Sobre el primero, Guillermo Ortega Durán, médico como su padre también, existe una biografía publicada por Ignacio Trillo en su blog en tres entregas (ignaciotrillo.wordpress.com). La fotografía de Manuel Ortega Sánchez empleada para ilustrar estas páginas fue aportada por Christian Ortega al autor de la referida biografía de su abuelo Guillermo.
[4] La Democracia, 29 de septiembre, 1909.

El sobrino al que hace alusión la nota transcrita era el otro Joaquín Ortega Duran nacido en las postrimerías del siglo XIX en Montejaque (primogénito de Joaquín Ortega Sánchez y Águeda Durán; hermano él del médico protagonista de estas páginas y hermana ella de su mujer), Joaquín Ortega Durán que por aquellos entonces hacía sus primeros pinitos periodísticos en la prensa local.[5]

Es intencionado haberlo nombrado, pues obligado es, a mi modesto entender, terminar con él estas líneas. Aunque en principio parezca algo forzado. Y es que el hecho de que haya salido a la venta en los Estados Unidos un libro sobre él precisamente en este mes de diciembre de 2020, ¡a los 65 años de su muerte![6], es una noticia de plena actualidad que nunca puede estar de más divulgarla en el pueblo que lo vio nacer allá por el 31 de marzo de 1892, por cuanto a sus paisanos pueda enorgullecer el hecho.

Aunque de nacionalidad norteamericana desde mayo de 1936 y en los Estados Unidos viviendo desde que en octubre de 1915 embarcara en Cádiz en el vapor Buenos Aires rumbo hacia Nueva York, aunque casado en 1931 con Margaret McDonough, de Minnesota, y con hijos asimismo nacidos en Wisconsin, Jim y Nancy, nunca se desvinculó de su tierra natal, como lo evidencia no solo que mantuviera el patrimonio que recibió en herencia de sus padres en distintos pagos de la Serranía, sino que lo aumentase con posteriores compras. Pero la prueba más evidente de su querencia por el lugar donde nació y se crio la constituye el hecho de que regresara a Ronda para poner fin a sus días, cuando su salud quebrantada empezó a anunciarle que la muerte andaba rondándole.[7]

[5] Bisnieto de Joaquín Ortega Sánchez y Águeda Durán Harillo es quien firma estas líneas. Ya en El Hacho de hace dos navidades tuve la oportunidad de recordar a mi abuelo, Antonio Ortega Durán, con una breve semblanza; su unigénita, Águeda Ortega Alvendín, fue mi madre. Este segundo Joaquín Ortega Durán fue, pues, el hermano mayor de mi abuelo.
[6] El 23 de agosto de 1955 falleció Joaquín Ortega Durán. No es extraño en fuentes americanas que figure erróneamente que nació en Ronda, no así en los documentos oficiales, donde reza siempre que en Montejaque fue su cuna natal.
[7] Entre los papeles familiares que conservo, aparte de la escritura de aceptación de herencia de los herederos de Joaquín Ortega (Durán) que me hacen saber sus bienes españoles, se encuentran unos apuntes con pequeñas cantidades a su muerte pendientes de pago (de hotel, farmacia…) y algunos gastos post mortem de su viuda; entre estos figura la cifra de 15.000 pesetas entregadas al párroco de Montejaque como donativo por las misas oficiadas en sufragio de su alma en su parroquia.

En el periódico The Alburquerque Tribune de 12 de agosto de 1958, bajo el titular DEDICATE ORTEGA HALL AT UNM se da cuenta que la Universidad de New México denominó uno de sus viejos edificios con el apellido de Joaquín, en su honor. Tras demolerse, el vanguardista y emblemático edificio del campus universitario que vino a construirse en su sustitución siguió llamándose Ortega Hall.

Tras el fallecimiento de Manuel Ortega Sánchez el Ayuntamiento de Montejaque tuvo a bien rotular la calle donde vivía con su nombre.

Valga esta dedicatoria de calle y edificio que respectivamente merecieron tío y sobrino a su muerte para dar un fin algo coherente a estas líneas en principio pensadas solamente para traer a la memoria la doble epidemia que en 1887 sumió a Montejaque en la fatalidad y, a su propósito, desear a todos los montejaqueños que la que nos tiene en jaque en la actualidad pronto no sea más que un mal recuerdo.

PORTADA DEL LIBRO RECIÉN PUBLICADO DEDICADO  A JOAQUÍN ORTEGA, EL AMERICANO QUE NACIÓ EN MONTEJAQUE Y MURIÓ EN RONDA. COMO AMERICANO QUE ERA DESDE EL AÑO 1936, OFICIALMENTE SOLO LE IDENTIFICABA UN APELLIDO.
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